Necesitaba
considerar aquello. Eran demasiadas coincidencias: una empresa con domicilio en
las islas Caimán llamada «Asia Import», una red de sociedades mercantiles que
el asesor jurídico de la empresa ─ él mismo ─, no conocía, el incremento
desmesurado del presupuesto de la sección de Rogelio, un jefe de ventas
ejecutivo adicto a la cocaína, las inversiones en inmobiliarias desconocidas,
las denuncias del despedido García, las compras de terrenos no urbanizables a
bajo precio, las compras de esos mismos terrenos a un precio todavía
inferior... ¡Dios mío! ¡No! ¡Katy! ¡Debía avisarla! También «Inmobiliaria
Monteluz» dependía del grupo de las Caimán.
Carlos se
acercó la taza a los temblorosos labios, aunque no bebió más que un ligero
sorbo, el café se le había quedado helado.
Esas reuniones
secretas del jefe con inversores extranjeros, esas consultas intempestivas
sobre derecho urbanístico… deberían haberle puesto sobre aviso. Bien, la
evidencia resultaba incontestable: el señor Hernández era el administrador único.
¿Qué hacer? ¿Callar y convertirse en cómplice? ¿Denunciar a su propia empresa?
Veo que sólo se puede comprar por Internet de momento
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