jueves, 12 de junio de 2014

LA GRIETA


LA GRIETA

 

 

 

Se había producido un silencio extraño, como un corte, como el principio de una ruptura.

Ambos comprendieron que no bastaba con invocarlo. Primero Esteban y ahora Silvia. Existía al margen de cualquier código que pudiera haber entre los dos.

Miraron una vez más hacia la brecha, en la esquina más profunda de la cueva, antes de abrazarse sin fuerzas, arrebujados dentro del saco de dormir.

Era mayor que la del primer día, cuando ni siquiera la vieron, y los bordes crecían en sierra, picando pequeñas fisuras y ramificándose por las paredes laterales.

Esteban acariciaba la cabeza de Silvia, apretada contra su hombro. La notaba diferente.

Logró dormirse; al rato, soñó que se despertaba. O, tal vez, soñó que soñaba que despertaba.

En el sueño, una Silvia despavorida le llamaba. Esteban quería ayudarla, pero era incapaz de moverse.

Despertó sudoroso en la habitación de un hotel, Silvia dormía profundamente de espaldas a él.

Se levantó, encendió un cigarrillo, dejó el mechero sobre el tocador, y entonces vio la grieta.

Le pareció más pequeña que en el sueño, pero inconfundible, con sus bordes recortados en forma de sierra. Miró en su interior, -ya no importaba nada-, vio una cueva, adivinó dos figuras que se apretaban en un mismo saco de dormir…Lo peor empezaba ahora, porque no se atrevía a mirar la cara de Silvia, vuelta de espaldas, Silvia durmiente, Silvia todavía ignorante.