El inspector Pomares le ofreció un cigarrillo
y encendió también el suyo.
Valoraba la entereza del sujeto. Acababa de
tirar a la basura su carrera política, que parecía bien encauzada, además de
perder su matrimonio ─ aunque éste ya hacía aguas ─ y sobre todo; de adquirir
todos los números para pasar una buena temporada en la cárcel, pero no se había
derrumbado en ningún momento.
─ Gracias,
dijo Borja, enviando una voluta de humo al techo de la sala de interrogatorios.
─ ¿Tiene alguna duda respecto de lo que le he dicho?
¿O quizá quiere oír la grabación otra vez?, preguntó Pomares con expresión
inocente.
─ Sólo una curiosidad: ¿se la envió mi mujer? Borja fumaba y respiraba con alivio. Más que
un imputado parecía un hombre que se había sacado un peso de encima.
─ ¿Quiere decir su ex mujer? Creo que ha pedido el
divorcio.
─ Sí. ¿Le dio ella la grabación?
─ No puedo contestarle a eso.
─ No hace
falta que me responda. Era de esperar. Siempre había pensado que el golpe me
llegaría por otro lado, tal vez por parte de Hernández o por parte de alguno de
mis rivales políticos. Pero sí, era de esperar.
Borja se quedó en silencio, mirando hacia el
techo de la sala.
─ ¿Y bien? ¿Qué contesta?
─ Los dos sabemos que la prensa no tardará en hincar
el diente en este asunto, inspector. Es mejor que me adelante y hable yo con
los medios.
─ ¿Y qué va a decirles? ¿Va a dimitir?
─ Lo de menos es mi carrera. No quiero perjudicar al
partido y comprenderá que tampoco me
apetece que los que ahora me acusan se vayan de rositas.
─ ¿Eso quiere decir que va a colaborar con nosotros?
─ Deje que
hable con algunas personas y le contesto.
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