lunes, 14 de noviembre de 2022

HOMENAJE A JULIO CORTÁZAR

 https://www.ivoox.com/julio-cortazar-el-latido-del-jazz-audios-mp3_rf_79802389_1.html



 

“Siempre fuiste mi espejo, quiero decir que para verme tenía que mirarte.”

 

Julio Cortázar.

 

 

 

PERSIGUIENDO AL PERSEGUIDOR

 

Ahora el perseguidor soy yo.

Estoy seguro de que esto es lo que hubiera querido Julio Cortázar: Otro perseguidor a través del tiempo. O mejor; infinitos perseguidores, una serie interminable de perseguidores, capaz de dar la vuelta al tiempo, como en una banda de Moebius.

Dejo el libro de Cortázar sobre la mesilla de noche, el relato pugna por escapar y salir a la habitación desde su interior, le pongo encima una pesada lámpara y me encamino al cuarto de baño.

El agua sobre mis mejillas despierta un rostro que no reconozco, aunque salpique el espejo, e inunde el lavabo y la cochambrosa pieza del hotel de París y llegue hasta la cama, pues el agua no deja de brotar y brotar del grifo roto, por mucho que yo intente cerrarlo.

Antes de dirigirme hacia la boca de metro más cercana me pongo un grueso jersey, por un instante la tela del jersey me tapa la boca y los ojos, cosquilleando en mis labios. Su sabor me transporta a otro lugar y a otro tiempo.

Hace frío en París, aunque no llueve.

Julio Cortazar está muerto. Charlie Parquer también. Quedamos Johnny, Bruno y yo, cada uno persiguiendo al anterior. Johnny y Bruno están encerrados en el relato, en la habitación, sobre la mesilla de noche, con una lámpara encima. Así que soy yo el que tiene que subir al metro y buscarlo.

Por fin lo encuentro en un vagón vacío del metro de París: un saxo abandonado bajo un asiento mugriento. Si lo toco, el tiempo se retorcerá sobre sí mismo… ¿Es ese el pacto?

¿Cómo arrancar la música que subyace a través del tiempo?, lo cojo y le doy la vuelta acunándolo en mis brazos. Cuando el tren para, salgo con mi trofeo para devolvérselo a Johnny, para decirle que siempre podrá tocarlo.

 

 

 

 

 

 

 

 


jueves, 10 de noviembre de 2022

LA CAÍDA

 

CAÍDA

 

Por la ventana abierta se escuchaba el estruendo de la calle. Voces, pitidos de coches, frenazos de autobuses, chirridos atronadores, gritos de gente malhumorada...

 

¿Sabes qué es lo que más me molesta? ─ pregunté.

Ni idea, ─ dijo Clara con desgana.

La excusa egoísta, el abuso de la fuerza, la tiránica necesidad que padecemos de juzgarnos los unos a los otros.

¿Tú también la padeces? ─ La pregunta, entre irónica e indignada, parecía ir dirigida como un obús hacia mi autoestima. No sólo no reconocía el daño que me causaba, ni siquiera se daba cuenta.

Todos la padecemos.

Pues a mí lo que más me molesta es la traición, y aún más la traición a los propios sentimientos, la cobardía ─ Clara se iba encolerizando mientras hablaba.

De pronto, se levantó de la mesa y lanzó un plato de pasta que voló por encima de mi cabeza. El plato no me tocó, por suerte. Fue a estrellarse contra la pared que había a mi espalda, dejando un cuadro abstracto en rojo y amarillo de macarrones, pintado en la pared.

Menos mal que no había salido por la ventana, que estaba abierta.

 

  Vale. Estás enfadada, seguramente has descubierto la carta, pero no es lo que parece.

 

Había olvidado la carta de Nina, abierta encima de mi escritorio. Siempre he sido muy despistado. ¿Pero tanto…? ¿Cómo pude olvidarla?

O quizá no lo hice, quizá fue la cobardía de la que ella hablaba, la que me impulsó a dejarla así, a la vista, para que fuera ella la que tuviera que tomar la iniciativa.

De repente la cacerola grande impactó contra mi cabeza. Me tambaleé y caí precipitándome por la ventana. Noté el vacío alrededor, flexioné las piernas y estiré los brazos con desesperación, por un momento sólo hallé el aire.

Mientras caía, mis manos encontraron algo sólido y se aferraron al tendedero del vecino de abajo. Un tirón espantoso en las axilas, junto con el dolor en las palmas de las manos, casi me hizo perder el conocimiento. Pero el instinto de supervivencia fue más fuerte y aguanté.

La ventana del vecino estaba abierta, lástima que no me quedasen fuerzas para subir a pulso hasta ella, así que opté por la ventana del vecino de abajo, que también estaba abierta.

Apenas le conocía. Era un vecino nuevo de origen ruso, que casi no se relacionaba con el vecindario. Del interior de la casa de este vecino llegaba el sonido de una fuerte discusión. ¡Qué extraño! Me pareció reconocer la voz de Nina.

Me fijé en la hilera de ventanas, que se perdía de mi vista en un abismo de pisos idénticos. Todas las ventanas eran iguales. ¿Qué tipo de historias se desarrollarían dentro?

Comencé a balancearme con la intención de tomar impulso y entrar en la habitación por la ventana abierta. El único problema era que no encontraba el momento exacto para soltar mis manos del tendedero y no fallar.

¿Otra vez esa maldita cobardía de la que me acusaba Clara?

Poco a poco fui enfureciéndome por lo injusto de mi situación, yo no merecía aquello.

Recapitulemos: Me hallaba pendiente de un hilo de tender y con el vacío bajo mis pies. No duraría mucho en esta posición y antes de que fallaran mis fuerzas tenía que intentar salvarme. Sólo se me ocurría tomar impulso y colarme por la ventana abierta, pero si fallaba…

Lo mejor era no pensárselo demasiado.

 

Entonces escuché a Nina. Sí, era la propia Nina. La voz no dejaba lugar a dudas y la conversación me resultó reveladora.

También Nina había olvidado una carta comprometedora abierta en su escritorio. Mi carta.

¿Para que la viera el ruso?

Salté sin pensarlo y penetré por la ventana, pero en ese momento, mientras yo penetraba, ella salía despedida por la ventana.

Suerte que consiguió agarrarse del hilo del tendedero.