jueves, 1 de marzo de 2012

Las cartas





LA CARTA





Bailaba a solas, abrazado a un libro de Freud, cuando, de súbito,… iba  a decir que sonó el teléfono, pero no es verdad, en realidad ni siquiera estaba bailando. Fumaba, eso sí, y también leía,-a ratos-, un libro, -no de Freud-, digo a ratos, porque intentaba dosificar mi tedio, sólo que me resultaba imposible.



Nunca he servido para tomar decisiones, sé que me gustaría vivir en un mundo diferente, pero no sé cómo construírmelo y cuando lo intento, los recodos imprevistos del pasado se rebotan en mi contra.

Tal vez por eso, no me extrañó encontrar aquella carta, que sobresalía de un sobre de color azul claro, a medio abrir.

La encontré en el interior del libro que estaba leyendo, -un libro de poemas-

En el remite se dibujaba con letra redondilla un nombre de mujer.

No sin esfuerzo, recordé aquél nombre y la cita, diez años atrás.

Sí, una sola noche y una carta enterrada, sin abrir, en un libro al azar.

Esta vez decidí abrirla.

Me tomé un par de copas más. y me encaminé a la dirección que acababa de leer en el remite, el recuerdo puede ser mal consejero



Aquella otra noche, difuminada ya en mi memoria, volvía a abrirse paso, dejándome entrever un cuerpo de mujer.

Un cuerpo de insaciables premuras, ondulante y fiero, que me llevó en un tiempo récord  al hastío.

Creo que aquella vez abandoné la casa y huí antes del alba, incapaz de responder a los besos y a las caricias, a punto de llegar al borde de la crueldad y del asco.

Supuse la frialdad de su mirada, anticipé la indiferencia, incluso el odio. No me importó.



Llamé al timbre con decisión y me abrió ella en persona. Diez años más vieja, pero la misma mirada de esperanza insaciable.

Pasamos la noche juntos y al alba, volví a huir de la misma cama deshecha, otra vez incapaz, de soportar el peso de su amor, demasiado solícito, demasiado dulce, asqueado de mi propia cobardía.

Después vino la culpa, como tantas otras veces, unida a la secreta y reconfortante conciencia de mi propia libertad.



No he vuelto a abrir el libro de poemas. Pero a veces, cuando llega la noche, repaso las líneas, escritas con letra redondilla de una carta escrita hace diez años. Entonces me pregunto qué habrá sido de la mujer de cuerpo menudo y suave  que me esperó en el recuerdo.

A veces, bailo abrazado a sombras invisibles de mujer,  y maldigo la hora en que abandoné aquella cama deshecha, la cama en la que sus lágrimas afilaron los últimos trazos de tinta, justo antes de que sus labios sellaran el sobre con un beso envenenado.