CAÍDA
Por la ventana abierta se escuchaba el
estruendo de la calle. Voces, pitidos de coches, frenazos de autobuses,
chirridos atronadores, gritos de gente malhumorada...
─ ¿Sabes
qué es lo que más me molesta? ─ pregunté.
─ Ni
idea, ─ dijo Clara con desgana.
─ La
excusa egoísta, el abuso de la fuerza, la tiránica necesidad que padecemos de juzgarnos
los unos a los otros.
─ ¿Tú
también la padeces? ─ La pregunta, entre irónica e indignada, parecía ir
dirigida como un obús hacia mi autoestima. No sólo no reconocía el daño que me
causaba, ni siquiera se daba cuenta.
─ Todos
la padecemos.
─ Pues
a mí lo que más me molesta es la traición, y aún más la traición a los propios
sentimientos, la cobardía ─ Clara se iba encolerizando mientras hablaba.
De pronto, se levantó de la mesa y lanzó
un plato de pasta que voló por encima de mi cabeza. El plato no me tocó, por
suerte. Fue a estrellarse contra la pared que había a mi espalda, dejando un cuadro
abstracto en rojo y amarillo de macarrones, pintado en la pared.
Menos mal que no había salido por la
ventana, que estaba abierta.
─ Vale. Estás enfadada, seguramente has
descubierto la carta, pero no es lo que parece.
Había olvidado la carta de Nina, abierta
encima de mi escritorio. Siempre he sido muy despistado. ¿Pero tanto…? ¿Cómo
pude olvidarla?
O quizá no lo hice, quizá fue la
cobardía de la que ella hablaba, la que me impulsó a dejarla así, a la vista,
para que fuera ella la que tuviera que tomar la iniciativa.
De repente la cacerola grande impactó
contra mi cabeza. Me tambaleé y caí precipitándome por la ventana. Noté el vacío
alrededor, flexioné las piernas y estiré los brazos con desesperación, por un
momento sólo hallé el aire.
Mientras caía, mis manos encontraron
algo sólido y se aferraron al tendedero del vecino de abajo. Un tirón espantoso
en las axilas, junto con el dolor en las palmas de las manos, casi me hizo
perder el conocimiento. Pero el instinto de supervivencia fue más fuerte y
aguanté.
La ventana del vecino estaba abierta,
lástima que no me quedasen fuerzas para subir a pulso hasta ella, así que opté
por la ventana del vecino de abajo, que también estaba abierta.
Apenas le conocía. Era un vecino nuevo
de origen ruso, que casi no se relacionaba con el vecindario. Del interior de
la casa de este vecino llegaba el sonido de una fuerte discusión. ¡Qué extraño!
Me pareció reconocer la voz de Nina.
Me fijé en la hilera de ventanas, que se
perdía de mi vista en un abismo de pisos idénticos. Todas las ventanas eran
iguales. ¿Qué tipo de historias se desarrollarían dentro?
Comencé a balancearme con la intención
de tomar impulso y entrar en la habitación por la ventana abierta. El único
problema era que no encontraba el momento exacto para soltar mis manos del
tendedero y no fallar.
¿Otra vez esa maldita cobardía de la que
me acusaba Clara?
Poco a poco fui enfureciéndome por lo
injusto de mi situación, yo no merecía aquello.
Recapitulemos: Me hallaba pendiente de
un hilo de tender y con el vacío bajo mis pies. No duraría mucho en esta
posición y antes de que fallaran mis fuerzas tenía que intentar salvarme. Sólo
se me ocurría tomar impulso y colarme por la ventana abierta, pero si fallaba…
Lo mejor era no pensárselo demasiado.
Entonces escuché a Nina. Sí, era la
propia Nina. La voz no dejaba lugar a dudas y la conversación me resultó
reveladora.
También Nina había olvidado una carta
comprometedora abierta en su escritorio. Mi carta.
¿Para que la viera el ruso?
Salté sin pensarlo y penetré por la
ventana, pero en ese momento, mientras yo penetraba, ella salía despedida por
la ventana.
Suerte que consiguió agarrarse del hilo
del tendedero.
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