domingo, 17 de febrero de 2019

FRAGMENTO DE LOS CASOS DE MORGADO


«Se encontraban en una mesita al aire libre en el barrio del Carmen, no muy lejos de la Catedral. Antiguos palacios del siglo XV, con escudos grabados en los portalones, blasones de piedra roída con las rancias armas ya imposibles de distinguir, salpicaban de vez en cuando las aceras, al lado de los locales de ocio y de las tiendas, que ya estaban cerradas a esa hora.
Las calles, flanqueadas por recovecos curvos e inesperados y cruzadas por una maraña de callejones poco iluminados, se extendían como afluentes del río nocturno de la ciudad, reflejando el eco de las voces de la gente, casi apagado por los muros de piedra.
En ese punto la ciudad, ─ seguramente como todas las ciudades ─  se transformaba en un caos: contenedores de escombros arrimados a las antiguas paredes de las iglesias, balcones tapados a medias por lánguidas persianas de madera, macetas con solitarios claveles, aceras estrechas invadidas por las sillas y las mesas de los locales de ocio, desconchones que parecían pegotes de un collage imprevisible, mezclados con letreros de pubs de moda, pavimentos húmedos, plagados de charcos y de suciedad, hileras de cubos de basura frente a solares en obras, fachadas pintadas a todo color, grafitis urbanos, carteles de grupos de rock y de propaganda electoral, el dibujo de una calavera fumándose un canuto, el dibujo del símbolo del dólar, el dibujo de una mujer de labios púrpura y pechos exuberantes…
Nadie quería irse a la cama, al menos no a dormir. Los cafés y las terrazas, la mayoría iluminadas con velas o con farolillos, habitadas por el latido de tantos deseos, ─ sonidos y voces que se superponen al chasquear del hielo contra el vidrio ─, acogían las pasiones que no se mostraban durante el día.»


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