LA HABITACIÓN
En un hotel de Madrid hay un hombre en pijama tumbado sobre la cama. Tiene los ojos abiertos, mirando hacia el papel pintado.
Es un papel feo, carente de interés, pero quizá esto sea lo llamativo: su extrema, su absoluta vulgaridad.
Nuestro hombre también escucha y lo que oye es el repiqueteo de la lluvia en el exterior.
No está impedido, ni enfermo, ni es viejo, pero aún así tiene que hacer un esfuerzo considerable para alargar la mano hacia la mesilla de noche que hay al lado de la cama. Una vez alargada la mano, toma un cigarrillo del paquete de tabaco que hay sobre la mesita y enciende el cigarrillo. Esta operación le cuesta mucho más tiempo del que tú: lector, tardas en leer esta historia.
Encima de la mesita de noche hay también un reloj de pulsera vuelto hacia abajo.
El hombre decide de pronto mirar la hora:
"Las cinco en punto"
Bien, así son las cosas, el reloj funciona -Eso es indudable-, pero ya eran las cinco cuando Julio -Así se llama nuestro hombre-, se quedó dormido. También estaba lloviendo fuera y seguía lloviendo cuando despertó con la conciencia de haber dormido tanto y sin embargo, estar mucho más cansado que antes. No recordaba nada de lo que había soñado.
El hombre volvió a mirar el reloj, volvió a darle la vuelta y volvió a escuchar el rumor de la lluvia al golpear contra la ventana.
Tuvo un impulso de rabia, quería saltar de la cama, pero en vez de hacerlo se quedó todavía más quieto.
En su inmovilidad no había indiferencia hacia las cosas que le rodeaban o hacia las personas que pudiera haber fuera de la habitación. Tampoco había indiferencia hacia él mismo, simplemente no necesitaba nada: no tenía sed, ni sueño, ni... ¿Pero entonces por qué esa ansiedad? De cuando en cuando sentía una zozobra que le revolvía en el lecho y le obligaba a dar la vuelta al reloj o a encender un pitillo. Invariablemente el reloj marcaba las cinco en punto. La hora en que Julio entró por primera y única vez en la habitación del hotel.
Julio encendió el último cigarrillo. Notó que tenía que salir de allí. Por qué lo hizo, nunca lo sabremos. Contra toda lógica saltó de la cama y avanzó hacia la puerta, un resto de prudencia le detuvo ante el picaporte, pero no pudo contenerse.
Abrió la puerta y aquello fue su perdición.
Tal vez vio algo antes ¿Quien sabe?
Súbitamente comenzó a envejecer, se arrugó, se achicó, se debilitó, se llenó de tiempo por completo hasta desaparecer. En su lugar apenas quedó un charco de agua. Era como si hubiera desencadenado un ciclo diferente.
Fue tan rápido que no le dio tiempo a cerrar la puerta detrás de él y esto significó el fin para todos nosotros: el resto de huéspedes del hotel y también para el hotel mismo.
Jamás debimos aceptar su reserva.
Me gustò eso de llenarse de tiempo.
ResponderEliminarBravo por el relato.
A veces me gustaría llenarme de tiempo. Pero temo no saber administrarlo y acabar como el personaje de tu historia.