EL HOMBRE DE PAPEL
Los folios se van amontonando, creo que no voy a ser capaz de archivarlos a este ritmo. El polvo me envuelve, el papel me ahoga, hace horas que sólo veo papel y más papel…Pero continúo poniendo el sellito redondo, es necesario tirar la vieja relación de folios para sustituirla por la nueva, aunque ya no caben en la papelera grande.
Acabo de hacer una pelotilla de papel sucio y voy a intentar encestar en la papelera pequeña del despacho, ¡vaya!, ha rebotado fuera, me ha parecido ver algo raro, como si entre los papeles fuera tomando forma la sombra de un rostro.
Miro con desconfianza hacia el folio que tengo justo detrás de mí.
Entonces aparece: el hombrecillo que habita en los archivos de papel, el hombre de papel. Lo borro inmediatamente.
Creo que se ha enfadado. De repente las cosas empiezan a revolotear por la oficina: formularios, ordenadores, impresoras, archivadores, notas de servicio interior, partes de baja, papeles de calco, enfurecidas subcarpetas, fatídicos fechadores…
Pronto los papeles me llegan hasta la cintura. Horrorizado contemplo cómo mis compañeros van despareciendo poco a poco, ahogados en papel. El jefe todavía se debate en su despacho, acosado por dos enormes sábanas de papel de impresora.
Huyo hasta la calle pero es inútil, me persiguen todos los papeles del mundo, ríos y torbellinos de papel que toman las aceras, envuelven a los peatones, paran el tráfico y ocultan el sol.
A lo lejos veo a un policía que intenta poner orden con el silbato, pero al acercarme me doy cuenta de que también él es de papel, igual que los coches cuyo tráfico intenta dirigir.
Cruzo deprisa frente a un kiosco, los hombres cuelgan inertes en el lugar donde antes estaba la prensa,
De las tiendas, de los centros comerciales, de los bares, de los cines, de las casas…escapan en remolino oleadas de figuras de papel con forma humana, que enseguida son arrastradas por el viento.
De los sillones del Parlamento y de los despachos del Gobierno hace tiempo que han desaparecido los hombres, sustituidos por oficios con membrete y por documentos confidenciales.
A duras penas consigo llegar a casa y cerrar la puerta. Los papeles se agolpan en el descansillo pero la puerta resiste.
¡Ya lo tengo! Conectaré el ordenador antes de que sea demasiado tarde, así sabré qué está sucediendo en todo el mundo.
Pero alguien se me ha adelantado; el hombre de papel sonríe sentado en mi silla. Mi cuerpo está desapareciendo, puedo ver los surcos de tinta en el lugar donde antes estaban mis venas, no me responden las manos ni los pies. Debe de ser el destino de todos los que se atreven a molestar al hombre de papel.
De pronto, una corriente de aire me levanta del suelo y vuelo hacia la ventana, revuelto junto con todas mis cartas y mis escritos, y al lado de un viejo recibo que ya nadie pagará.
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