Darío Morgado dejó las llaves, el móvil y
las monedas encima de una pequeña bandeja negra, junto a la cinta de seguridad
y cruzó bajo el arco del detector de metales.
No llevaba pistola, Lorenzo le había
prevenido al respecto cuando hablaron por teléfono. De todas maneras ya no la
llevaba consigo casi nunca. Tras su separación se había tomado un descanso en
el trabajo; no se sentía con el ímpetu necesario para investigar nuevos casos.
Casi se había convencido de que se estaba dando un tiempo de reflexión. Si es
que reflexionar consistía en paralizar todo tipo de actividad.